Piedras vivas

Inscripció romana

Vivir en una ciudad con historia es una experiencia sugestiva. El día a día se comparte con los hechos cotidianos, con el trabajo, la familia, los amigos, la vida social … y con los testimonios del pasado, viejos muros, antiguos arcos, la piedra. El escenario es diferente a otra población. En Tarragona, el día a día, especialmente en la Part Alta, se convierte en una aventura entre piedras, sensaciones, colores e incluso olores.

Todavía nos puede llegar ese aroma de cebolla cocida a fuego lento a media mañana, cuando los humos marchan por la chimenea de algún restaurante o casa de la Part Alta, o aquel olor de añoranza que hace el pan recién cocido, o el de tierra mojada por el rocío en el césped del Camp de Mart cuando se acerca la primavera, sin olvidar el olor de los naranjos del entorno de la catedral o la dulzura delicada y fugaz de la magnolia del claustro. A esta organoléptica olfativa le tenemos que añadir la visual y la táctil. Tenemos la fortuna que todavía podemos tocar las piedras milenarias de una de las murallas romanas más antiguas de Europa, o acariciar una inscripción en una fachada de la calle la Destral, e incluso sentarse sobre una grada del viejo anfiteatro de Tarraco. El gusto es una sensación más sofisticada, la cata de las anchoas y el vermut de tirador en una terraza de la plaza del Fòrum, un arroz o un helado en la plaza del Rei, o una comida en una mesa junto a uno de los muros del Concilio Provincial son experiencias tan cotidianas como extraordinarias. El oído igual recibe el toque de gralla de los ensayos de los castillos, el sonido de los tambores o el silencio de una procesión o las notas graves del órgano de la Catedral, junto a los niños de una escuela que disfrutan de sus juegos en el patio, al pie de la Muralla. Y a todo esto, añadamos el reflejo del sol en la Catedral, los milenarios muros del Pretori.

Y las viejas piedras traspasan los espacios públicos, las plazas, las calles, las fachadas y se convierten en el cómplice y confidente de secretos y de la vida, a veces pública, a veces privada, a veces furtiva e incluso intrigante. Entrar en los establecimientos de la plaza de la Font nos permite un descubrimiento misteriosa del interior del Circo romano. Viejas vueltas reformadas en la edad media, donde conviven las gradas con arcos medievales y puertas de ocultos pasos a no sabes hacia dónde. En la calle Major, un pavimento de vidrio cubre, protege y muestra una magnífica escalera que ahora no lleva a ninguna parte pero que hace veinte siglos unía la plaza del templo de Augusto con los jardines del Concilio Provincial. Las columnas visigodas de la plaza del Rovellat y la calle Granada nos evocan la ciudad de los últimos tiempos de la antigüedad. Unas inscripciones romanas junto a dos de judías en la calle Escrivanies Velles nos marcan que el pasado, en Tarragona, es multilingüe y multicultural, los arcos apuntados de los establecimientos de la calle Major o la Nau, sobre sillares romanos nos recuerdan que la ciudad ha sido transformada durante más de dos milenios, conformando un palimpsesto tan rico como complejo e intrigante.

Establecimientos de moda con salas dentro viejas cisternas medievales, o magníficos muros romanos integrados en el comedor de un restaurante o una pizzería conviven con una ciudad que está viva, que se mueve. Nace así una mágica situación donde las sensaciones se impregnan en un espacio que a pesar del paso del tiempo tiene una luz, unas piedras, unos testigos que nos lo hacen intemporal, eterno.

Joan Menchón es arqueólogo municipal del Ayuntamiento de Tarragona

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