Lucía Gil y José Antonio Ibáñez (turistas): “Tarragona es un estilo de vida”

Turistes aragonesos a l'hotel Imperial Tàrraco / ©Rafael L—ópez-MonnŽé

Hay días que dan cuerda al resto del año, como los que pasan Lucía Gil y José Antonio Ibáñez en Tarragona. Desde su privilegiada atalaya, en las alturas del Hotel Imperial Tarraco, esta pareja de Zaragoza se regala durante sus vacaciones de verano relajantes despertares sobre el Mediterráneo. Llevan cinco años repitiendo, y así piensan seguir, porque más allá de los monumentos, las playas o el mismo hotel, Lucía y José Antonio han sintonizado mejor que mucha otra gente con el auténtico y relajante pulso de la ciudad en canícula. «Tarragona es un estilo de vida. El día que me jubile nos instalamos aquí«, afirma Lucía con rotundidad veraniega.

Hay verdades sin dueño y gente con argumentos. José Antonio y Lucía los tienen, y compartiendo con ellos un atardecer frente al mar hay que darles la razón en muchas cosas. La principal y más categórica es que una capital de provincia donde se mueven más de 130.000 personas puede resultar relajante. Ellos no sólo lo afirman. Lo demuestran sus rostros y voces, sobre los que, al poco de llegar, ya se nota el efecto desde estresante de las vacaciones. «El primer año fuimos a ver todos los monumentos, por si no volvíamos«, explica Lucía. Pronto descubrieron que la ciudad era más, mucho más, y que el verdadero descanso es sólo cuestión de enfoque. «Hay muchas formas vivir y una Tarragona hecha a medida de cada uno«, asegura José Antonio.

Mientras en verano decenas de miles de zaragozanos repiten vecindad en otras localidades de costa, José Antonio Ibáñez y Lucía Gil han optado por un destino donde la gran mayoría de sus conocidos son autóctonos, y autóctonas son sus experiencias. Se sienten cerca de casa –el AVE los acerca en menos de hora y media– y su único secreto de la felicidad consiste estos días a cumplir rigurosamente una rutina sencilla: playa por la mañana, paseo por la tarde. Sin prisas, sin otra obligación que relajarse, con conocidos aquí y allá, Tarragona les encaja como anillo al dedo. «Nos gusta mucho la pausa, tomar algo, charlar con amigos e ir a los lugares sin angustias, y todo ello aquí se puede hacer con mucha naturalidad«, afirma José Antonio.

La pareja paladea de esta manera las terrazas en la plaza de la Font, los callejones de la Parte Alta, el largo paseo de la Rambla Nova, y sobre todo el compás vital del Serrallo, un barrio que asocian con la mejor cocina marinera y los sabores del verano. «Nos gustan las sardinas a la brasa. No las cocinamos en casa, no sería lo mismo«, explica José Antonio, al que sólo con pensar con el trabajo –se dedica al mantenimiento ferroviario– le viene un escalofrío. Algo parecido le pasa a Lucía, profesora de adultos, quien prefiere devolver la mirada al mar, brillante bajo el sol. «Todo esto –señala– es el primero que veo al despertar. No sé cómo estarán los precios, pero vaya, el día que me jubile me compro una casa y me instalo aquí«, insiste, con el más puro de las sonrisas.

Texto: Oriol Margalef (@OhMargalef)
Foto: Rafael López Monné (@lopezmonne)

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