Eduard Boada, propietario del Bar Boada: “Comer de prisa es una enfermedad”

Eduard Boada / ©Rafael López-Monné

Henry Martin Ford, fundador de la Ford Motor Company, tiene un altar gastronómico en Tarragona, en la calle Rovira i Virgili, 23. El bocadillo de salchichón, setas, huevos fritos, jamón serrano, cebolla cocida, salsa romesco y hierbecitas, es posiblemente la mejor y más irónica ofrenda que nunca se ha hecho al padre de las cadenas de montaje y del consumo moderno. El máximo pontífice de este pantagruélico ritual es Eduard Boada, un artesano de los bocadillos y, por encima de todo, un personaje irrepetible.

El mundo tiene mucha prisa, todo el mundo hace siempre tarde. Con 71 años, el señor Boada va a su aire, y sobre todo, va a su ritmo. El suyo es un paso pausado, nada fatigoso, el de una persona sabia que ha hecho muchas cosas en la vida y se las ha tomado todas con buen humor. Otro a su edad habría bajado la persiana y, seguramente, viviría en el otro lado de la barra. Para una persona como él, que ha mamado el negocio desde los tres años, la cosa se pone más difícil. Algunos no quieren ni imaginarlo. «Ay, el día que nos falte el señor Boada«, se despide un cliente con la barriga llena.

Gothman City tiene a Batman. Superman trabaja en Metrópolis. El héroe de Tarragona (tascaman, como se hace llamar) no lleva capa ni gasta los puños, pero sus bocatas arreglan el mundo. «Si quieres hacer bien las cosas tienes que dedicar el tiempo justo. Lo que no va bien es forzar la máquina. Preparar un bocadillo bien hecho lleva un tiempo. Y comerlo, también. Comer siempre de prisa es una enfermedad de nuestro mundo«, reflexiona mientras crea en la plancha. Cuando se le acabe el pan que ha comprado por la mañana, más temprano que tarde, el señor Boada cerrará el negocio y subirá a casa a comer.

Hace tiempo que dejó de dar esta y otras explicaciones a los clientes impacientes. Estos son tipos despistados y con hambre incontrolada. Por norma general, cogen la puerta mucho antes de darse cuenta de que tenían que escribir su petición en un pequeño bloque de papel en la pared. «Es la ley de la selección natural. En Kenia, en la sabana, los leones cazan los herbívoros más débiles. El señor Boada tiene eso. La paciencia hace la elección«, afirma un parroquiano habitual mientras flanquea la barra para hacerse él mismo el café.

Teoría y práctica de la plancha, tascaman, imperturbable, sigue haciendo su trabajo y sonríe por dentro, a lo tántrico. El Boada style ha vencido todas las modas y tendencias, los perritos calientes de los ochenta y las grandes franquicias y bocaterías los noventa hasta la actualidad. Comenzó como bar de soldados y trabajadores, sirviendo bocadillos de guisos, y se ha adaptado a la garganta moderna fabricando «bocatas tuneados«, como dice el artista. No hay ningún establecimiento de su categoría que sea tan antiguo en Tarragona, y lo más destacable, no hay ningún otro bar en toda la ciudad (ojo, que hay más de mil) que haga felices a viejos, currantes y estudiantes a partes iguales.

Esta mezcla parroquial contribuye a una ambientación muy peculiar. Bajo un hilo de música clásica, marca de la casa, todo el mundo mastica con mucho orden y respeto y la conversación, que para quien la quiera, versa sobre lo humano y lo divino. Boada modera, interviene cuando le apetece, y cuando no, se centra en sus creaciones, o lleva una caja de galletas danesas a un grupo de hambrientos estudiantes. Los jóvenes le interesan. «Son muy educados. Se nota que están contentos. Me tratan todos de usted, posiblemente mejor que a sus profesores. Es bonito trabajar con jóvenes. No les hace daño nunca nada y siempre tienen hambre. Lo que yo les preparo aquí no lo harían nunca sus madres«, cuenta el señor Boada, siempre, pero siempre, con la ironía en los labios.

Talento provocador, al Boada joven le echó la farándula. Performances y humoradas, como la preparación de cócteles en hormigoneras, bañeras y otros grandes recipientes, sacudieron la Tarragona tardofranquista . Durante años, su nombre fue asociado a grandes movidas que dan identidad a la ciudad, como la recuperación del Carnaval. Hoy concentra todo su ingenio a crear los mejores bocatas de Cataluña.

Texto: Oriol Margalef (@OhMargalef a Twitter)
Fotografía: Rafael López-Monné (@lopezmonne a Twitter)

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