El Chartreuse y la gran colección de Eduard Seriol: “En Navidad, regalo Chartreuse”

Dicen que el Chartreuse es saludable, que tiene propiedades medicinales y alarga la vida de quien lo bebe…

La única verdad es que la gente lo bebe porque es muy golosa.

En Tarragona, donde había una fábrica de este licor hasta 1989, el consumo es masivo y digno de estudio: una bendición para los padres cartujos y su secular negocio, que recibe exuberantes pedidos para la fiesta mayor de Santa Tecla.

Los tarraconenses han hecho del Chartreuse su poción mágica. Y no es que el brebaje vuelva más fuerte, guapo o inteligente.

Es que hace feliz al que le gusta.

La colección de Eduard Seriol

Como a Eduard Seriol y su embriagadora colección de licor verde y amarillo, todo antiguo, todo elaborado en Tarragona, aunque guardado en el almacén.

Cuando era joven, en casa de Eduard el Chartreuse era una bebida decorativa, como los Aromas de Montserrat.

Siempre había, nunca se acababa.

Las cosas evolucionaron en los ochenta, y especialmente cuando cerró puertas la emblemática destilería que los monjes cartujos, originarios de Francia, habían abierto en la Part Baixa (parte baja de la ciudad) a principios de siglo.

De repente la ciudad, que se encontraba en plena ebullición social por la recuperación de las fiestas populares, se quedaba huérfana de un licor único y de identidad, con una etiqueta que paseaba el nombre de Tarragona por todo el mundo.

De hecho, aunque todavía quedan cafés en Francia donde pidiendo un Tarragone te sirven Chartreuse, todo el licor se destila actualmente en Voiron, cerca de Grenoble.

Entre tres monjes de la Gran Cartuja se las arreglan para que la fórmula –un compuesto de vino destilado aromatizado con 130 hierbas diferentes– siga siendo tan secreta como la de la Coca-Cola.

Por el contrario, es ahora que hace un cuarto de siglo que cerró la fábrica de Tarragona, que el consumo de elixir cartujo se ha vuelto más masivo en la ciudad.

Buena parte del mérito se debe atribuir a la mamadeta: un cóctel de Chartreuse de los dos colores y granizado de limón concebido hace 20 años.

Servía para refrescar la gente del cortejo de Santa Tecla, y se ha hecho tan popular como el Amparito.

Ya lo dice Eduard: «Sin Chartreuse no hay fiesta«.

Eduard Seriol posando con una botella de Chartreuse
Eduard Seriol, pastelero i coleccionista de Chartreuse.

Aunque a él, más que combinarlo lo que le gusta es bebérselo a palo seco y, como más envejecido sea el género, mucho mejor.

En casa tiene más de 300 botellas, suficiente alcohol para quemar la Part Alta (parte alta de la ciudad) y parte del extranjero.

Todas, o la gran mayoría, son de Tarragona, la más antigua de 1910.

Se la encontró un amigo en la cómoda y se la regaló. Para una de ellas, asegura, se pueden llegar a pagar 30.000 euros en una subasta.

El coleccionismo del Chartreuse

Dicen los que entienden que el Chartreuse de Tarragona tiene un sabor y unos aromas diferentes a los de Voiron.

Puede ser debido a las hierbas, a la humedad, al mar… nadie sabe explicar exactamente el porqué.

Es, además, el último testigo de una Tarragona ya pasada, que durante buena parte del siglo XX vivió de la elaboración de vinos, licores y aguardientes.

El caso es que coleccionistas y sibaritas pagan hoy el gusto y las ganas.

Y sólo gente como Eduard Seriol puede permitirse el lujo de ir consumiendo botellas con los amigos cuando la ocasión lo merece y hay tarde por delante.

«La gente compra cosas para Navidad. Yo regalo Chartreuse «, explica Eduard, reputado pastelero de la Rabassó.

Cuando no hacía ni un mes que los monjes habían hecho las maletas y regresado a Francia, Eduard Seriol ya corría a buscar todo el licor de Tarragona que podía.

Especialmente el embotellado con tapón de corcho, garantía de antigüedad.

Durante un tiempo compró un montón.

Internet le puso las cosas fáciles a él, como coleccionista-consumidor, y también a toda clase de vendedores y compradores de reliquias alcohólicas.

Pero ahora, explica, todo se ha salido de madre y más allá del VEPChartreuse envejecido por la propia marca en barricas de roble–, el fetichismo y la especulación han puesto el licor hecho en Tarragona por las nubes, prohibitivo para la gran mayoría de los bolsillos.

De hecho, todo lo que tiene relación con la antigua Chartreuse en la ciudad tiene mercado.

Hace no demasiado tiempo se vendieron las supuestas llaves de hierro de la fábrica de licores a 100.000 euros.

Casi nada.

El emblemático reloj mecánico de la fachada también voló en 2005.

El edificio, sometido a una intensa degradación los años que estuvo cerrado, ha reabierto finalmente como Escuela Oficial de Idiomas.

La ciudad fija el recuerdo y lo celebra.

Siempre hay un buen motivo para brindar con Chartreuse.

Texto: Oriol Margalef (@ohmargalef a Twitter)
Fotografía: Rafael López-Monné (@lopezmonne a Twitter)

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